“Estaba pasando hambre”: el drama de las prostitutas venezolanas en tierra dominicana
Algunas son contratadas supuestamente para ofrecer masajes terapéuticos
“Estaba pasando hambre”, dijo un transexual venezolano al que Diario Libre se encontró ofreciendo sus servicios sexuales en la avenida España, en Santo Domingo Este.
Con su pelo rojo oscuro, de color similar al del vestido corto que dejaba ver sus piernas delgadas, quería hablar rápido con la prensa porque buscaba clientes. Eso mismo hacía en Venezuela, donde además trabajaba en un salón de belleza, pero redujeron el personal y quedó fuera.
“Allá me estaba yendo muy mal, tengo tres hermanos y debo mandarles dinero”, contó.
Su padre es venezolano y la madre dominicana, por esa razón había visitado el país, pero esta vez vino para quedarse por tiempo indefinido. “Estábamos comiendo una sola vez al día”, dijo. El joven, de 24 años y bachiller, lleva ocho meses prostituyéndose en el país. “Aquí me va mejor que allá, claro”.
Sus amigas dominicanas que trabajan en el punto reconocen que “es muy popular entre los clientes”. “Nosotras la aceptamos porque es igual que uno, cuando uno se va de su país uno también pasa trabajo”, dijo una trabajadora sexual.
La tarifa de “la venezolana” -como le llaman- depende de si el cliente “tiene hambre o no”. La mínima es de RD$1,000. “De aquí yo mando 3,000 pesos para allá (Venezuela) y ellos resuelven”, precisó.
En las redes
Punta Cana, las zonas de Cabarete, Puerto Plata, Sosúa y Santo Domingo son destinos preferidos por los turistas que vienen al país, y en estos puntos también se ofertan los servicios de las escorts.
Además de las dominicanas, más venezolanas y colombianas están suscribiendo perfiles “por lo bien que le ha ido a otras”. “Hay clientes que piden una chica por 700 dólares una noche y de propina le dan 2,000 y 5,000 dólares”, dijo.
En una de las decenas de páginas que promueven este servicio en el país, hay mujeres con cuerpos voluptuosos y poses sexualmente sugestivas. Unas con el rostro oculto, otras al descubierto. Las tarifas varían entre cada mujer, pues depende de su categoría.
Al hacer clic de forma aleatoria en la foto de una modelo, aparecen más imágenes suyas. En el perfil hay fotografías en las que posa desnuda frente a un espejo en el que se reflejan unos senos firmes, se muestra con un minúsculo bikini que solo tapa los pezones y con un ceñido vestido escotado.
La modelo se identifica como venezolana, de 22 años, 50 kilogramos (110 libras), 168 centímetros de altura (5.2 pies) y con dominio del inglés y español. Sus servicios están abiertos para hombres, mujeres y parejas. La tarifa más baja que anuncia son US$320, para una hora, y la más costosa US$2,500, por tres días. “El precio puede variar al solicitar servicio adicional o de parejas”, avisa una nota.
Las redes sociales son una vía más privada y directa para este servicio. Igualmente aplicaciones sociales que permiten concertar citas con personas de gustos afines, inclusive ubicarlas por cercanía en tiempo real. “Venezolana en RD, modelo, promotora, acompañante solo para trabajo”, informa una joven en una de estas plataformas. Culmina el mensaje con su número de teléfono.
“Buenas, ¿deseas conocer más acerca de nuestros servicios? Escríbenos por WhatsApp”, decía otro mensaje debajo de una fotografía de una mujer con una larga cabellera rubia y un vestido que dejaba al descubierto parte de sus senos y piernas.
La Asociación de la Diáspora Venezolana en RD ha tenido contacto con casos de trata de sus compatriotas. El más dramático fue el de una venezolana que se entregó a las autoridades desesperada porque la deportaran. Bajo engaño, y a través de un conocido suyo en Venezuela, la mujer había llegado a la República Dominicana como pocos lo logran: con una oferta de trabajo.
Era para dar masajes terapéuticos profesionales y, al llegar, pensó que era normal que la empresa se quedara con su pasaporte para formalizar el contrato laboral. Entonces, se encontró con su primer cliente y en ese momento descubrió la naturaleza del trabajo para el que la habían contratado. Él le dijo que los masajes los recibía de su esposa, y que estaba allí por sexo. Lea la historia completa en Diario Libre