Pensilvania, el lugar donde nació el ‘oro negro’


Fuente Externa

Fue en los terrenos de la granja Hibbard, en Titusville (Pensilvania), donde apareció el primer pozo de petróleo rentable de la historia.Edwin L. Drake llevaba mucho tiempo buscando bajo el subsuelo. Sabía que, si daba con el sitio y la técnica correctos, los beneficios de extraer esta sustancia en grandes cantidades serían millonarios. Y lo hizo.

El 27 de agosto de 1859, a 23 metros de profundidad, por fin empezó a brotar el preciado líquido. Con la ayuda de una bomba, los hombres de Drake iniciaron la extracción: en el primer día de trabajo ya llenaron 25 barriles. Al poco tiempo, ningún inversor quería quedarse sin un terreno en las cercanías de Titusville.

Medio siglo antes, en un mapa de Pensilvania de 1791, ya constaba un riachuelo llamado Oil Creek (“arroyo de aceite”). No era por casualidad. Los habitantes de la zona estaban acostumbrados a ver cómo el suelo del noroeste de Pensilvania “sudaba” petróleo de forma natural.

Había filtraciones por todas partes. Pero allí, como en tantos otros lugares del mundo, aunque se conocía su existencia, los escasos usos comerciales del producto no estimulaban su extracción a nivel industrial.

Todavía lo llamaban “aceite mineral”, y sus aplicaciones eran básicamente medicinales. El método tradicional de recolección, aún rudimentario y más bien cómico, consistía en empapar paños con el petróleo que asomaba a la superficie y luego escurrir el líquido en barreños.

Réplica de la primera “Casa de máquinas y torre de perforación” en Oil Creek, Pensilvania (Fuente Externa).

Sin embargo, todo esto cambiaría radicalmente a mediados del siglo XIX, cuando nuevas circunstancias y conocimientos crearon la expectativa de un suculento negocio si se conseguía extraer la materia prima a gran escala.

Con frecuencia las filtraciones de petróleo arruinaban los pozos de sal de los empresarios de la zona. Era el caso de Samuel Kier, de familia propietaria. Durante décadas, el agente invasor había sido una molestia que arruinaba sus pozos, hasta que, por fin, el espíritu emprendedor de Kier lo llevó a pensar en su posible uso comercial.

Llegó a embotellarlo atribuyéndole propiedades curativas, a la manera ancestral de los nativos norteamericanos (el pueblo seneca, por ejemplo, se lo aplicaba en la piel y el pelo, mientras que Kier lo recomendaba para el cólera y la bronquitis).

Pero finalmente mandó analizarlo y descubrió una aplicación mucho más interesante: se podía destilar queroseno del petróleo con mayor facilidad que del carbón. De repente, la oleaginosa sustancia había adquirido un valor extraordinario. Desde hacía unos años, la creciente demanda de una iluminación barata había puesto muchas mentes a trabajar.

El problema era que el aceite de ballena, utilizado hasta entonces para ese fin, aumentaba de precio incesantemente debido a su escasez. El queroseno era el producto llamado a resolver la cuestión (de hecho, tan solo dos decenios después, la lámpara de queroseno sería de uso casi universal). En la segunda mitad del siglo XIX, el crecimiento de la urbanización en suelo americano representaba un gran mercado en expansión para la iluminación. La historia completa dando clic aquí

FUENTE: La Jornada


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